A veces nos lamentamos de que no hay jóvenes en nuestros grupos. Y es cierto. Crear experiencias que motiven a los jóvenes no es fácil. Pero no por eso hemos de desfallecer. La experiencia de Cristo es (o puede llegar a ser) fascinante para cualquier joven. No podemos dar recetas mágicas de cómo hacerlo pero sí decir que hay dos ingredientes imprescindibles para esta misión: la fe y la caridad… (con una buena dosis de perseverancia). Y fe y caridad no aisladas, sino como una masa uniforme, como un todo integrado que sea fermento que la haga crecer.
En este último tiempo mucho hemos escuchado sobre esto. En realidad, toda la enseñanza de Cristo y de la Iglesia, nos hablan, fundamentalmente, de la fe y del amor. Benedicto XVI lo testamentó ya con su primera encíclica y lo selló con su última carta para la Cuaresma… y ahora, el Papa Francisco lo primero que hace, según coge el testigo, es comenzar a expresar con sus gestos, con sus palabras y con toda su vida aquello a lo que tanto nos alentó su predecesor. La prioridad de la Fe y la primacía del Amor, sin el que nada somos (I Cor 13, 1)… Y como no hay mayor amor que el de Cristo, el amor que entreguemos no debiera ser otro que ése, el nacido de nuestra fe, de nuestro encuentro con Cristo, de nuestra transformación al descubrirnos amados por El. Así, el amor al prójimo no sería ya sólo un mandamiento, sino que se convertiría en la seña de identidad de cada cristiano, en la consecuencia directa de nuestra fe, de nuestro encuentro con Cristo. La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica (Benedicto XVI).
Evangelizar (transmitir la fe en Cristo) y acompañar (entregar el amor de Cristo) es nuestra misión como Ministerio de Jóvenes. A veces hemos caído en el error de creer que lo primero es evangelizar al joven para después acompañarle, sin embargo, cada vez somos más conscientes de que ambas misiones son parte de una misma realidad, y que tanto una como la otra, nos pueden llevar a alcanzar el mismo fin, ganar corazones para Cristo. Acompañar a quienes evangelizamos… y evangelizar a quienes acompañamos. Con el término evangelización no nos estamos refiriendo tan sólo a un primer anuncio, partimos de que la evangelización va más allá.
Cada vez estamos más convencidos de que lo más “efectivo” es que ese primer anuncio o proclamación del kerigma venga seguido de todo un proceso de acompañamiento y evangelización. Una experiencia aislada de Dios, sin posteriormente estar cerca del joven para ayudarle a “digerir” y comprender todo lo vivido, puede suponerle alejarse, creer haber vivido un espejismo y volver a dejarse llevar por las arenas movedizas de un mundo que les absorbe y bombardea con mensajes que ofrecen una falsa felicidad…, eso sí, inmediata. Ir a contracorriente no es fácil para nadie, y menos para el joven. Por otra parte, hemos de tener en cuenta que la vida del joven está llena de subidas y bajadas, de momentos de luces y de sombras, de lugares de oasis y de desierto, de tiempos de consolación y de desolación... y en cada uno de esos tiempos y lugares, cada vez se hace más urgente evangelizar y acompañar. Ya sea hablando y proclamando a un Dios vivo que hace maravillas, o ya sea, desde el silencio, dejando que sean nuestros gestos y nuestra vida la que hable y proclame a ese Dios vivo capaz de hacer maravillas. De esta evangelización hablamos… de la que se hace día a día en la vida de los que evangelizamos y acompañamos.
Por otra parte, también nos convencemos cada vez más, de que ese primer anuncio, muchas veces, puede venir precedido de nuestra presencia en la vida del joven que tenemos cerca, de nuestro acompañamiento, de nuestro interés por “sus cosas”, de nuestro respeto, de nuestra cercanía… un “abonar la tierra” para después “sembrar la Semilla”. Esto que parece muy obvio, a veces se nos olvida y nos empeñamos en ir dando sermones olvidándonos (o al menos dejando en un segundo plano) la cercanía, la comprensión, el amor gratuito que el joven necesita. Entonces ponemos todo nuestro empeño tan sólo en invitar a los jóvenes a nuestros grupos y encuentros, ofreciéndoles la posibilidad de tener un encuentro con Cristo… pero seguidamente nos despedimos “hasta la próxima”, sin volver a tener un contacto con ellos, y tan sólo, lamentándonos de que “no hayan vuelto”.
Para evangelizar a un joven es muy importante conocerle, preocuparte por sus intereses y aficiones, por sus problemas y preocupaciones, por lo que le gusta y por lo que le disgusta. Y a veces, antes de hablarle de Dios, tenemos que ser Dios para ellos. Ser ese oasis en el que se sientan cómodos, en el que no se sientan juzgados, en el que puedan descansar…
Es verdad que evangelizar a los jóvenes es llevarles a Cristo. Pero “llevarles a Cristo” no supone cogerles del brazo y “llevarles” a una Iglesia, sino que nosotros, salgamos de esa Iglesia para llevarles a Cristo. Cada vez que comulgamos nos convertimos en sagrarios de todo un Dios que puede acercarse a realidades que necesitan de Él. Y no sólo eso, sino que hacerte sagrario supone ser ese templo del Espíritu Santo, llevar todo ese Amor que hemos recibido de Quien, por pura Gracia, hemos acogido en nuestro seno.
El Papa Francisco desde el inicio de su pontificado nos está hablando mucho de esto, de evangelizar “las periferias existenciales” del dolor, la ignorancia y el pecado. Me emocionaron especialmente las palabras del discurso que ofreció todavía siendo cardenal, durante las congregaciones generales antes del Cónclave: “En el Apocalipsis Jesús dice que está a la puerta y llama. Evidentemente el texto se refiere a que golpea desde fuera la puerta para entrar… Pero pienso en las veces en que Jesús golpea desde dentro para que le dejemos salir.”
Salgamos a la vida del joven y llevémosle a Cristo. No nos preocupemos sólo en que vengan los jóvenes a nuestros grupos, sino en ir nosotros a ellos. Con nuestra presencia estaremos llevándoles a Cristo, estaremos entregando el fruto y la vida de nuestros grupos de oración y regalándoles el mayor tesoro que tenemos, a Cristo.
Decía una famosa frase de la película Gladiator… “Todo lo que hacemos en la vida, tiene su eco en la eternidad”. Creamos que todo aquello que hagamos, sembremos, amemos en nuestros jóvenes, tendrá un eco en sus vidas… y también en la eternidad.
Guadalupe de la Rosa Fernández
Responsable Ministerio Nacional de Jóvenes de la RCCE
Responsable Ministerio Nacional de Jóvenes de la RCCE
FUENTE: http://www.rccejovenes.es
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